11 marzo 2016

XI Pregón de la Semana Santa Joven de Salamanca 2016 (Textos íntegros)


El pasado sábado 5 de Marzo de 2016, organizado por la Hermandad de Penitencia de Nuestro Padre Jesús Despojado de sus vestiduras y María Santísima de la Caridad y del Consuelo, tuvo lugar en la iglesia de San Benito de Salamanca el XI Pregón de la Semana Santa Santa Joven a cargo del joven cofrade, D. José María Rosell Bueno, a quien tuve el honor y el privilegio de presentar. 


Como ya hiciera en ediciones anteriores, publico el texto completo de ambas intervenciones, acompañadas de fotografías y vídeos de Heliodoro Ordás y Salamanca RTV al día.

PRESENTACIÓN DEL PREGONERO

Buenas noches:

Ser joven cofrade en la actualidad no es una empresa fácil. Las hermandades y cofradías no cejan en su empeño de encontrar ese ámbito que en el interno de las mismas pueda dar cabida y respuesta a las inquietudes y necesidades espirituales que nuestros hermanos más jóvenes precisan.




José María Rosell, Pregonero de la Semana Santa Joven de este 2016, no ha sido ni es ajeno a esta realidad, procurando coexistir hasta el momento en este entorno, con el deseo y la ilusión de acrecentar y compartir su fe, sintiendo la presencia del Señor en su corazón de la mano e intercesión de la Santísima Virgen.

Persona sensible donde las haya, entiende que si no existiera la Semana Santa habría que inventarla, pero también es consciente, tal vez por mor de las circunstancias y situaciones que ha vivido, que no siempre es necesaria para procurar ser buena persona, seguir el mensaje de Cristo y acercarse a los demás a través de su Amor.

Tras esta breve introducción, en presencia del Señor, Nuestro Padre Jesús Despojado de sus vestiduras y con la mirada puesta en el corazón de Nuestra Madre de la Caridad y del Consuelo, tengo el honor y el privilegio de presentaros a quien en breves momentos anunciará la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo con su particular y especial forma de vivir la fe desde su óptica de joven cofrade.


Valenciano de nacimiento, en 1998 llega a nuestra ciudad para quedarse, crecer, educarse, para dejar su impronta, su huella, … Por circunstancias que no vienen al caso, la figura de su madre, María Ángeles, ha sido clave en la evolución y en el desarrollo personal de nuestro joven Pregonero. Con todo el respeto, pero convencido de ello, puedo asegurarles que José María está hecho a imagen y semejanza de esta "madre coraje". Ella es la persona con la que comparte cada día de su vida, sus sueños e ilusiones, sus sinsabores y malos ratos, sus horas de charla en un hogar en el que el amor te recibe nada más poner los pies en él. María Ángeles es un ejemplo de vida, de apoyo incondicional para éste, su hijo, que la adora y que valora con emoción la constancia, la capacidad de sacrificio y el esfuerzo que le dedica con inmenso cariño. ¡Madre en el cielo, madre en la tierra! Dos ejemplos donde mirarse.
Una presencia en la vida de nuestro pregonero que indudablemente va intrínsecamente ligada a la persona de D. José Bueno, el abuelo del saber ser y del saber estar, de la moral y la experiencia, unas veces abuelo, otras padre, pero siempre ese amigo en quien buscar refugio y consejo.

José María es una persona a la que no le asusta la palabra compromiso. Compromiso en toda su extensión, incluso por la sociedad civil, el cual canaliza conforme a sus ideales políticos formando parte de una apuesta, de un reto, en el seno de Unión, Progreso y Democracia. Un reto, como digo, que le permite luchar por lo que cree, en contra del inmovilismo social, con vocación transformadora de esta sociedad y a través de los principios que deben regir en la misma. Como militante de base activo, su vinculación a UP y D le ha servido de experiencia para comprender y descubrir la realidad de un país, a pesar de ser un partido con escasa presencia institucional.

Sus estudios de Administración y Dirección de Empresa y Derecho ocupan prácticamente su día en éste su primer año como universitario, tras su finalización en los Maristas donde toda la educación adquirió desde los tres años de edad y cuya graduación tuve el honor de vivir a su lado. Estamos, pues, ante un posible gestor de empresa, de banca o quién sabe si con la toga defendiendo o impartiendo justicia en esta sociedad en la que cree.

Rosell, como muchos le llamáis o conocéis, es un apasionado de las relaciones humanas. De personalidad fuerte y directa, gusta de la sinceridad, de la profundidad en las relaciones, de la cercanía entre las personas, del saber estar y hacer las cosas “como Dios manda”. Claro, rotundo, defensor de aquello en lo que cree y por lo que lucha, no siempre ha sido comprendido por algunos, sintiendo en su corazón, a pesar de su juventud, todo aquello que debería estar alejado del mundo de la Semana Santa, como la envidia, la deslealtad, el rencor, la mentira. Es, por tanto, conocedor suficiente de las luces y de las sombras que caracterizan a nuestras hermandades y cofradías.




De la mano de Alberto llega en el año 2010 a la Semana Santa salmantina, integrándose en la Hermandad Dominicana. La devoción a la Santísima Virgen de la Esperanza y sus ganas de aportar, aprender y conocer la vida de hermandad, son las principales razones por las que José María decide dar este paso que marcará en adelante su vida personal y cristiana.

Su espíritu abierto le mueve a seguir buscando otras formas y modos de aproximarse más a la figura de Jesús. El recogimiento, la austeridad, la sobriedad, la manera que caracteriza a la Cofradía de la Santa Vera Cruz de vivir la fe y la devoción, le acerca a las cinco veces centenaria hermandad del campo de San Francisco. El 3 de Mayo de 2011, día de la Santa Cruz, quedará grabado en su recuerdo como la fecha en la que es acogido en el seno de la misma.


En sus inicios en la Vera Cruz, dos personas van a jugar un papel relevante: el salesiano, D. Pedro Lopez y su amigo y cofrade, Tomás González Blázquez. Junto a ellos y muchos jóvenes cofrades, va a vivir momentos de gran dimensión espiritual, de profundidad de la fe, pero desde una perspectiva más alegre, más universal y a la vez más cercana al corazón de Jesús. Como nos ocurrió a muchos, la JMJ de 2011 va a suponer un punto de inflexión en su vida, un antes y un después, que contribuirá en gran medida a dar un paso más en su compromiso como cristiano y cofrade.

El taller de confección de Cristina Domínguez va a ser de algún modo la puerta de entrada en la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Despojado. La presencia de dos de sus miembros en la mañana del Domingo Ramos de 2011 dispuestos a recoger sus hábitos para acompañar a la Borriquita, servirá para conocer la parte estética de la hermandad en aquella época. Su interés por la última hermandad de la nómina de la Semana Santa Salmantina adquiere tal grandeza que en pocos meses decide integrarse en la misma. Integración que le permite vivir y participar de cerca en los preparativos y actos que lleva aparejada la Bendición del Señor. Identificado desde su inicio con el proyecto de la hermandad, forma parte activa de su Grupo Joven, ausente en otras hermandades, siendo Secretario del mismo. Buscando una participación más activa dentro de la hermandad, siguiendo la filosofía y modo de entender de cómo los jóvenes han de sentir, vivir y participar en la vida interna de la cofradía, colabora y asiste como el que más en los cultos y actos organizados.


Desde 2013 también es cofrade la Hermandad de Jesús Flagelado, sintiendo una devoción especial por Nuestra Señora de las Lágrimas.

El 13 de Junio de 2014 se une aún más íntimamente a la Iglesia Católica, recibiendo el sacramento de la Confirmación que ayudará al fortalecimiento de su fe, de su espíritu. Es en la cena familiar posterior al acto religioso cuando toma la decisión de incorporarse a la nómina de la Hermandad de la Esperanza Macarena de Sevilla. La forma de vivir la fe, la formación, la caridad, los cultos de los macarenos, no pasa desapercibida para José María, sintiéndose plenamente identificado a pesar de no tener presente la Sagrada Imagen de la Madre Dios. En más de una ocasión le escuchado decir con acierto: “Padrino, no hace falta tener delante la imagen o hacer Estación de Penitencia para sentir y vivir la esencia de una hermandad.” Fe, Esperanza y Caridad son fundamentos que a través de la corporación de San Gil toman mayor conciencia en la persona de nuestro pregonero.

Tras un periodo de reflexión y de discernimiento, encuentra de nuevo la Esperanza de la mano de Manuel Toral, hermano mayor de la Hermandad Dominicana, quien le anima a vivir el espíritu de la hermandad de forma más cercana. Actualmente es uno de sus custodios, siendo por tanto la hermandad a la que dedica mayor tiempo teniendo en cuenta la responsabilidad que ostenta.


Para concluir y dejarles por tanto con el verdadero protagonista del acto, me gustaría transmitirles que mi hermano, amigo y ahijado José María Rosell Bueno es una persona de la que he aprendido mucho a lo largo del tiempo, que me ha enseñado que en los jóvenes existe una riqueza infinita, riqueza que hay que saber apreciar, cuidar, respetar y valorar. Si a todo esto unimos que su corazón verde es un corazón generoso y lleno de bondad, no les sorprenderá que a través suya traslade su agradecimiento a aquellas personas que han sabido entender su manera de vivir la Semana Santa, de un modo especial a Cristina Domínguez, Manuel Toral y su equipo de gobierno, así como a los jóvenes cofrades Alberto, Luis, Roberto y Paulino y a su buena amiga Beatriz Dudes, Vice Hermana Mayor de la Hermandad que nos acoge esta noche. ¡Que Nuestro Padre Jesús Despojado de sus vestiduras en su Soberano Poder, con la intercesión de María Santísima de la Esperanza Macarena, te bendiga!

Tuya es la palabra hermano. Muchas gracias.



PREGÓN DE LA SEMANA SANTA JOVEN 2016

Ilmo. Sr. Vicario de la Diócesis de Salamanca, Ilmas. autoridades, Sr. Hno. Mayor de la Hermandad de Penitencia de N.P. Jesús Despojado de sus vestiduras y Mª Stma. de la Caridad y del Consuelo, Estimados miembros de Juntas de Gobierno de Cofradías y Hermandades. Queridos hermanos todos:Ilmo. Sr. Vicario de la Diócesis de Salamanca, Ilmas. autoridades, Sr. Hno. Mayor de la Hermandad de Penitencia de N.P. Jesús Despojado de sus vestiduras y Mª Stma. de la Caridad y del Consuelo, Estimados miembros de Juntas de Gobierno de Cofradías y Hermandades. Queridos hermanos todos:


Han pasado ya meses desde que el Hno. Mayor de mi hermandad de Jesús Despojado se pusiera en contacto conmigo para comunicarme que habían pensado en mí para pregonar la Semana Santa a los jóvenes de Salamanca. Una mezcla de respeto, sorpresa e ilusión me recorrió rápidamente y, tras varios días de pensarlo detenidamente, decidí acceder con el miedo de no saber si podría estar a la altura que la situación requiere.

Desde un principio tuve claro que quería acceder a los “camerinos de la Semana Santa”. Aquello desconocido por muchos y que algunos pocos privilegiados disfrutamos de manera inigualable. Aquello que encontramos los cofrades al quitar el maquillaje a esta centenaria tradición que tanto amamos. Esos momentos únicos e irrepetibles, esas vivencias que ocurren no se sabe bien porqué, esos sentimientos que brotan del corazón, inaccesibles para los que no conocen el fondo de una forma de vivir la fe imprescindible para los aquí reunidos.


Hace 500 años, Santa Teresa de Jesús ya decía que “Faltan palabras en la lengua para los sentimientos del alma”. ¡Qué gran verdad! Por ello, aún con la limitación del lenguaje que dificulta la expresión de los sentimientos, intentaré acercaros mi manera de entender, disfrutar, sentir y, sobre todo, vivir la Semana Santa y las hermandades.

Me senté. Pensé. Medité. Y, ante mí, apareció una palabra que por su longitud puede parecer insignificante pero que alberga todo el fundamento de aquello que hoy estoy pregonando. Sí, esa palabra, es FE. Nunca pensé que profundizar en una palabra pudiera ser tan complicado.

Hablo de esa FE, muchas veces olvidada en nuestras ajetreadas rutinas, que nos engullen y nos impiden cultivar nuestro mundo interior. FE de la que sólo nos acordamos cuando necesitamos pedir algo o estamos desesperados. Esa parcela de nuestra existencia que, de vez en cuando, conviene regar con mimo para que no se marchite. Una tierra que, una vez labrada, con tiempo, esfuerzo y mucho trabajo dedicados, da frutos, el fruto de la felicidad, del estar a gusto contigo mismo, en el fondo, esa parte que, muchas veces, completa la vida a la cual no encontramos sentido. Si no puedo concebir mi vida sin mi familia, los amigos, los estudios o mi tiempo de esparcimiento, tampoco podría decir que sin FE soy un todo pleno.



Esa fe tiene nombre, tres nombres: Jesús, María y, el siempre olvidado pero necesario, Padre Dios. Jesús y María, María y Jesús, dos personajes históricos que dan sentido a nuestra civilización. El uno, humilde, reflejo de la verdad y la vida. Ella, sencilla, discreta y entregada. Ambos son ejemplos vivos de los principios y valores a imitar y aplicar en el día a día. Los dos forman una unión inseparable que da sentido a nuestra vida cristiana a través del emblema marista: “Todo a Jesús por María, todo a María por Jesús”. Y, a ellos, se une el complemento perfecto: Dios, el Padre que desde lo lejos nos protege y nos envía a su Hijo para que entregue su vida por nosotros. Aquel que nos dio la vida y al que volveremos un día que sólo Él sabe.

Pero en muchas ocasiones, esta FE también tiene nombre y apellidos, desconocidos al caer en el anonimato por la discriminación, la falta de trabajo, la enfermedad, la marginación o el desprecio. Ellos también son el reflejo de Cristo y la Virgen en la vida terrenal. Es trabajo complicado, lo reconozco, el entregar tiempo a los demás, a estar con aquellos que han sido rechazados por otros. Pero, la FE pierde todo su sentido si no sabemos entregarnos a los demás, dedicarles nuestro tiempo y trabajo o, simplemente, nuestra escucha. Por ello, nuestras hermandades caerán en el mundo de lo banal el día que no curen al enfermo, escuchen al necesitado o den de comer al que pasa hambre. Como tal nacimos y es una parte fundamental de nuestra existencia actual.



Junto a la FE y la CARIDAD siempre encontramos la ESPERANZA. Decía S. Juan Pablo II que “sin la esperanza se apaga el entusiasmo, decae la creatividad y mengua la aspiración hacia los más altos valores”. La Esperanza, tan presente en mi vida cofrade ya sea en Salamanca o en Sevilla, es el motor de la vida cristiana, el impulso para seguir adelante cuando parece que no tenemos ninguna aspiración. Sin esperanza, decaemos, perdemos la ilusión y dejamos de aspirar a ser mejores, a practicar la caridad con FE verdadera o a completar nuestro mundo interior.

Y es, sobre este suelo firme, donde surgen las imágenes y los pasos, los palios y los misterios. Esa peculiar forma de vivir la FE tan española que nos permite acercarnos un poquito más de cerca al misterio. Nos permite poner cara, ojos y expresión a aquello que, en ocasiones, consideramos abstracto. Nos facilita la comunicación con Ellos y, en el fondo, nos hace sentirnos más cerca. Nuestra FE es incomprensible sin la iconografía, al igual, que la iconografía pierde por completo su sentido sin el profundo sentimiento de FE que trae consigo.

Y entonces me pregunto. ¿Cómo acceder a Jesús sin los ojos del Despojado? ¿Cómo acercarme a María sin la mirada comprensiva de la Dolorosa? ¿Puedo concebir mi FE sin la misericordiosa y decidida zancada de Jesús de la Pasión? ¿Cómo afrontar mi sufrimiento sin el dolor de la Virgen de las Lágrimas? ¿Qué puedo esperar sin el cobijo maternal de la Esperanza Macarena o la cercanía del Soberano? ¿Cómo acercarme a los que más sufren sin la mano tendida de mi madre de la Caridad y el Consuelo?



Así, compruebo una vez más que sin mis hermandades a mi FE le falta el agua con la que regarla para que crezca. Sin las imágenes me es complicado acceder a Jesús y María para aprender de su vida y ejemplo. Sin los misterios me es más difícil alcanzar a comprender la entrega y el dolor que sufrió Cristo por nosotros.

La relación de tú a tú, de hijo a Padre y Madre, que los cofrades vivimos día a día con nuestras imágenes, llega a su máxima intensidad en la Semana Santa, ese tiempo en el que rememorar la Pasión, Muerte y gloriosa Resurrección de Cristo, siempre acompañado en silencio por la Stma. Virgen.

Esta época, no por repetirse todos los años, pierde un ápice de fervor y religiosidad. Por ello, os pido que por unos momentos colguemos las túnicas y las capas, los capirotes y las esclavinas para adentrarnos en el trasfondo de la procesión, en lo que queda al retirar la tradición, siempre necesaria y que ha de ser preservada durante generaciones. Caminemos entre los nazarenos para colocarnos ante Ellos.

Al realizar este gesto, me topo de frente con la mirada completamente dolorida de la Madre que, al pie de la cruz, llora por el fallecimiento de su Hijo. Aquella que, según lo establecido en la profecía de Simeón, recibe una espada que le traspasa el alma.

La Semana Santa, al igual que la vida, es un profundo contraste. El triunfal Jesús que entra en Jerusalén montado a lomos de un borrico, aparecerá siendo Despojado de todo a las puertas de la Iglesia de la Purísima. Símbolo de todos los despojados de este mundo de hogar, de dignidad, de derechos o de familia. Con su mano tendida nos recuerda que le tenemos junto a nosotros en el día a día, en nuestro sufrimiento y en el acompañamiento al ajeno. Pero, Cristo no nos apunta nuestros errores, sino que siempre nos perdona y nos acoge en su seno cuando somos conscientes de nuestros fallos.


Más difícil si cabe es mirar a Cristo Crucificado, aquel que durante todo el año reside en la pequeña capilla de la Vera Cruz. El que, cada Lunes Santo, sale a la calle sobre un monte de cardos para recordar que lo escrito se cumplió: que Jesús entregó su vida para salvarnos.
Es Martes, María, la mujer humilde de Nazaret que decidió decir SI para cumplir la voluntad de Dios, llora desconsolada ante el madero sobre el que se encuentra su Hijo. Silencio y austeridad. Le miro a Él y a Ella y alcanzo a comprender el profundo sentido del amor y la entrega.

¿Cómo no derrumbarse ante la sufriente mirada directa del Flagela-do? La belleza de la imagen de Salvador Carmona permite revivir aquellos trágicos momentos en los que el egoísmo y crueldad humana se hicieron presentes. Y, siempre junto Él, la Virgen, que derrama una lágrima por cada gota de sangre que brota de su cuerpo.


De noche, entre el silencio y la acogedora oscuridad, Él, con el rostro desfigurado se presenta ante mi postrado en la Cruz. La cruz, símbolo del final de una larga pasión cuyo único fin fue la redención del mundo. Jesús, sale a la calle yacente tras haber sido torturado, humillado e injustamente juzgado y condenado.

Al igual que la vida no es sólo supervivencia, la FE no es sólo dolor, tristeza y penitencia. Nuestra FE es sobre todo alegre y, nuestra Madre Dolorosa que acogía en sus brazos a su hijo muerto, sale a la calle radiante, cubierta de un manto verde, para devolver la Esperanza a todos aquellos que creen haberlo perdido todo, para recordarnos que siempre hay motivos para luchar y seguir adelante y para mostrarnos que Cristo resucitará al tercer día.

Y, esa Virgen vestida de luto que llora día a día en la Catedral y que sirve de paño de lágrimas para miles de salmantinos, saldrá radiante a la calle para pregonar que Cristo ha resucitado y que con Él nos ha redimido a toda la humanidad. Ella instalará el silencio en la bulliciosa Salamanca hasta que Jesús, con los brazos abiertos, mostrando las llagas de su cruel pasión, salga a la calle para hacernos ver que la vida ha vencido a la muerte y que el bien puede acabar con el pecado.


Nosotros, los hermanos cofrades, desde hace cientos de años decidimos compartir con Cristo su sufrimiento. Por ello, os invito a todos a “ponernos” los capirotes, verdugos y costales para adentrarnos en el indescriptible ambiente sentimental de una procesión cualquiera.

De nuevo me paro a pensar e intento recordar cómo vivo y cómo siento cada procesión, que me lleva a aguantar tanto tiempo de pie frente al calor, el frío o la dichosa lluvia. Y soy consciente de que el “microclima procesional” es único para estrechar mis lazos con Ellos, para rendirme a la oración o simplemente para meditar sobre mi existencia, mis errores y mi futuro. Además, me permito el lujo de hablar de cerca con Ellos y, así, agradecerles cuanto me dan y pedirles lo poco que necesito.

En este punto quiero recordar junto con todos vosotros los instantes previos a que se abran las puertas, esos minutos de nerviosismo que llegan a parecer días enteros, ese tiempo que dedicamos a prepararnos para el camino, el camino hacia la gloria, ese sendero que recorremos cada año como cúlmen de nuestra vivencia cofrade. Se abre la Iglesia al son de los aplausos de la gente que espera en la calle la misericordia del Señor y la bondad y dulzura de la Madre que llora ante su Hijo. Uno a uno, van saliendo los nazarenos, las cuentas de los rosarios comienzan a girar y las mentes empiezan a elevarse para recogerse en un estado muy íntimo. Cada paso será un sentimiento, cada aliento una ilusión. De repente, suena el himno nacional y todos somos incapaces de evitar girarnos para ver la salida de nuestros sagrados titulares. Según avanzamos, el recorrido se hace más arduo, pero nunca nos falta el impulso necesario para seguir caminando. En un momento cualquiera, sin esperarlo, me cruzo con la mirada del Crucificado y recuerdo y hago mías las palabras del poeta: ¿Quién me presta una escalera para subir al madero y quitarle los clavos a Jesús el Nazareno? Y, como si sólo hubieran pasado unos pocos minutos, las puertas se vuelven a abrir, indicando no el final, sino el comienzo de un nuevo año de hermandad, de compromiso y de fidelidad.


Al fin y al cabo, una procesión es sentimiento y vivencia personal. Pero no caigamos en el error de pensar que sólo sentimos los que llevamos el hábito puesto. ¿Quién no se ha estremecido al ver reacciones en las aceras? ¿Quién de nosotros no se ha conmovido al ver las emociones que provocan nuestras imágenes al salir a la calle? Hay lágrimas, expresiones y miradas que, desde el anonimato que el capirote me da, he observado y jamás podré olvidar. Esos gestos realmente dan sentido a tanto esfuerzo y a esta tradición muchas veces no comprendida pero aún más veces querida.

Pero no voy a negar que esta devoción y sentimiento también se alimentan con el racheo del andar de los costaleros, con el sonido de las bambalinas al golpear contra los varales de un palio, con el “todos por igual” en la voz de un capataz, con el sonido de las cadenas al avanzar por la Calle de la Compañía rumbo a la Catedral o con la Saeta a la salida del Nazareno de San Esteban. Todo ello es el complemento perfecto a la hora de expresar nuestra devoción hacia las imágenes. Es nuestra peculiar manera de ensalzar la grandeza de Cristo y la Santísima Virgen y de acercar a la calle la divinidad con la mayor dignidad y amor que somos capaces de imaginar.


La Semana Santa se siente, se toca, se vive, se disfruta, se huele, se admira, se ve y, ¡cómo no!, se escucha. El olor a incienso, a carbón o a cera prendida son el mejor anticipo para darnos cuenta de que la Cuaresma ha empezado y de que están a punto de salir a la calle las primeras imágenes de la Pasión. Las celebraciones de triduos, quinarios o novenas dan rienda suelta a las ilusiones, la imaginación y son muestra del tiempo penitencial de preparación que simbolizan los 40 días previos a la Semana Santa que ahora estamos viviendo, 40 días de reflexión en la soledad del desierto, 40 días de ayuno no sólo material y 40 días de oración. Por supuesto, Semana Santa es sinónimo de “hábito”, templo de cientos de oraciones y peticiones, de promesas y súplicas y símbolo de la devoción más íntima y personal. Por último, nuestra Semana también tiene su propia banda sonora: la música procesional que nos agudiza el sentimiento y emoción, notas que anuncian la llegada del Salvador. No me podréis negar que la Semana Santa no sería lo mismo sin “Y Jesús fue Despojado”, sin “Caridad del Guadalquivir”, sin “Esperanza de San Esteban” o sin “De tu cruz al cielo”.

Sería un hipócrita si no reconociera la importancia de las personas en mi forma de vivir la Semana Santa, las hermandades, así como en el sustento de esta costumbre arraigada en tierras salmantinas desde 1506. A través de una persona accedí a la Semana Santa y gracias a ellas he mantenido la ilusión y la devoción en algunos momentos de decaimiento. Por ello, permtidme que recuerde algunas vivencias personales.

Hace ya casi 7 años que me inscribí, gracias a mi amigo Alberto, en la Hermandad Dominicana y aún recuerdo la cariñosa acogida de su entonces y actual hermano mayor, Manuel Toral. Fueron sus palabras las que me dieron las primeras nociones del significado de una hermandad, en la que todos somos un grupo de hermanos a los que se puede acudir ante cualquier necesidad.

Por diferentes circunstancias y motivaciones he entrado a engrosar las listas de alguna que otra hermandad, donde he conocido a personas que me han acompañado en el camino de la FE. Hablo de Tomás, padrino de confirmación, del que he aprendido la vivencia de un profundo sentimiento religioso.


Tampoco podría entender mi Semana Santa sin un pequeño local situado en una recóndita plaza de nuestra ciudad de Salamanca en el que, con sus insuperables manos, Cristina Domínguez confecciona año tras año hábitos para decenas de cofrades. Pero, lo mejor de Cristina no son sus hábitos, que también, sino su personalidad cercana y la calidad de su amistad, que va más allá de los vaivenes de este mundillo. En su taller, entre terciopelos y rasos, he compartido más de un café y muchas vivencias y conversaciones. Allí, conocí el proyecto de Jesús Despojado y vi, como un Domingo de Ramos, salían de su taller los primeros hábitos de túnica blanca y capirote burdeos. Y, fue también allí, donde me encontré por primera vez con Manolín, Diego y, con el que hoy hace las funciones de presentador, Ángel Hernández. Él es el “bendito” culpable de que sea el número 28169 de una hermandad cuya sede social se encuentra a más de 450 km. Con él he disfrutado de momentos inigualables tanto fuera como dentro de las hermandades y me ha enseñado cómo vivir más intensamente la FE por las calles. Una amistad fortalecida con cafés, conversaciones, consejos y, ¡cómo no!, con momentos de los que los cofrades denominamos frikis. En el seno de la Hermandad de Jesús Despojado he conocido a otras muchas personas que, de una manera u otra, han marcado mi trayectoria cofrade y personal. Hablo de Álvaro, José Anido o Beatriz, la cual me ha sabido entender y me ha apoyado decididamente en muchas ocasiones.

Junto a los amigos y hermanos cofrades, juega también un papel fundamental la familia, para mí símbolo de la unidad, el sacrificio y el saber estar. En mi caso, cobra gran importancia la figura de mi madre, la que un día decidiera iniciarme en la FE y que ha tenido que “sufrir” esta locura. Ella, Semana Santa tras Semana Santa, plancha con todo su esmero los hábitos y me ayuda a vestirme, como si aún fuera un niño, antes de salir de casa. Aún no siendo cofrade, ha sido mártir de quinarios, novenas, triduos, septenarios, reuniones y demás actos de índole cofrade.

También, por supuesto, la Iglesia desempeña una extraordinaria labor. Como parte de ella, los sacerdotes, capellanes y directores espirituales nos han dado grandes lecciones. Algunos, como Poli, nos han mostrado que para vivir intensamente la FE no hace falta mucho y otros nos han echo ver la entrega y cercanía puesta a disposición de la sociedad por parte del sacerdocio, como en el caso de D. Pedro López.

Con mi participación activa en la Semana Santa he conocido a Luis, Alberto, Paulino o Roberto, con los que he compartido sueños, proyectos e ilusiones, pero lo más importante, amistad. Pero, por supuesto, también he podido compartir, especialmente en los últimos meses, numerosas vivencias con Manolo, Juan, José Luis, Mari Fe, Ramón o Charo. Ellos me han sabido transmitir la experiencia y el profundo amor no sólo por sus imágenes sino por una Hermandad, demostrándome que la única manera de que estas progresen es sintiendo como tuyo aquello a lo que tanto aprecias y valoras.


Por último, nuestra Semana Grande es inconcebible sin cientos de personas que ponen su trabajo y dedicación al servicio de esta Pasión. Hablo de escultores que han dejado su enseña en Salamanca de la talla de Alejandro Carnicero, Salvador Carmona y, más recientemente, Francisco Romero Zafra; orfebres; bordadores; modistas y demás profesionales.

Y, nunca podemos olvidar, a los que desinteresadamente se involucran en el día a día de las Hermandades como los Grupos Jóvenes, a los cuales he pertenecido y pertenezco y que son símbolo de la ilusión viva o, de aquellos que afrontan la dura responsabilidad de tomar las decisiones: las Juntas de Gobierno.

A pesar de ello, no debemos omitir nunca que una Hermandad es el resultado del trabajo común de todos por un mismo proyecto, de la ilusión en favor de la evangelización y del sentimiento de respeto entre iguales. Así, es responsabilidad de todos engrandecer nuestra Semana Santa, trabajar para que alcance el renombre que merece y hacer llegar su realidad a toda la ciudadanía salmantina.

Para terminar, os invito a parar el reloj de esta “loca pasión”. Os animo a que este tiempo que queda de Cuaresma sea un tiempo de encuentro con nosotros mismos, de recuerdo de los principios fundamentales de nuestra FE, de conversión sobre los pilares firmes que representan Cristo y la Virgen. Ha de ser un tiempo de profundizar en el verdadero sentido de todo lo que vamos a vivir en los próximos días. Así, seremos capaces de afrontar de una manera distinta el período de la Pasión. No por ello, dejemos de magnificar a nuestros titulares como sabemos ni olvidemos poner todo nuestro esfuerzo para que nuestra Semana Santa sea lo más solemne y profunda que podamos.

Así, la Semana de Pasión ha de ser un cúmulo de FE, tradición, ilusión y hermandad, entendida como grupo de hermanos. Por ello, os invito a que esta Semana Santa, salgamos ahí fuera para llevar a cabo un año más esta preciosa tradición viviéndola como un profundo acto de FE y, así, recordar a Salamanca que el Soberano, que fue Despojado y Flagelado, ha resucitado y que, junto a Él siempre le acompañó su Esperanzada Madre, que tornó sus lágrimas de dolor en Alegría.


José María Rosell Bueno
Escrito en Salamanca, entre Agosto de 2015 y Marzo de 2016