18 febrero 2014

Dios nos reclamará la vida de su Hijo

El pasado domingo, como prácticamente todos, acudí a celebrar la Eucaristía a la iglesia de San Benito de Salamanca, donde de un tiempo para acá nos damos cita gentes de todas las clases sociales de la ciudad, con especial relevancia, al grupo que forman los jóvenes y no tan jóvenes de la Pastoral Universitaria Salmantina, algunos miembros de la Hermandad de N.P. Jesús Despojado de sus Vestiduras y María Santísima de la Caridad y del Consuelo, y fieles, nunca mejor dicho, a la cita dominical de las 21.00 horas.


Policarpo Díaz, Delegado Diocesano de la citada Pastoral Universitaria nos regaló una homilía de las que gustan recordar y también compartir, de ahí que haya considerado oportuno publicar este post con relación a ella.

Las lecturas del día (Eclesiástico (15,16-21), 1 Pablo a los Corintios (2,6-10) y Mateo (5,17-26) son de esas lecturas que no pasan desapercibidas y que dan para mucho más de los 10 o 15 minutos que se suelen emplear en esta reflexión en voz alta que los sacerdotes hacen al término de su proclamación.

"Ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja". De nuevo traigo ante ti una de las grandezas del Señor para con nosotros: la libertad que nos otorga al darnos la vida. Libertad de elección, de decisión, de discernir, de sentir, de pensar. Cada cual, desde ese libre ejercicio, seguiremos mejor o peor el camino que Él nos tiene reservado. Ese proyecto personal de vida en el que estará presente Jesús, su doctrina, su ejemplo y que gracias a Él tendremos prácticamente asegurada la felicidad o, cuando menos, el alma mucho más en paz y pleno de Esperanza.


Y a partir de aquí es donde la homilía sigue "cogiendo temperatura" y se centra en unas palabras concretas del Evangelio de Mateo: "Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil" tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado" merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda."

No sólo me encantó, sino que también me sorprendió el derroche de humildad de Policarpo Díaz al admitir que en ese instante debería abandonar el ambón, pues también tenía "negocios" que cerrar. ¿Y quién no? Por desgracia es algo común y consustancial al hombre. Nuestra imperfección nos lleva a ser generadores de conflictos, de disputas, de guerras. Tanto da que hablemos de la familia, del trabajo, de la comunidad de vecinos, de la facultad o la cofradía. En todos y cada uno de estos grupos humanos seguro que tenemos una cuita con alguien, en algunos casos tan sumamente grave, que no tiene visos ni de solución, pues ha llegado a enquistarse. Pero como dice el evangelista, después ofrecemos nuestro amor al Señor, nos damos golpes de pecho, presumimos de ser cristianos de primer orden, etc. (Yo el primero, que nadie se piense que voy de "santito" por la vida). No estaría mal que nos preocupásemos más de estas actitudes - al menos los cofrades - y un poco menos de cosas mucho más materiales que hoy podemos tenerlas y mañana un mal viento nos las arrebata. 


Para concluir mi post, te invito a que leas las palabras de Monseñor Santiago Agrelo Martínez, Arzobispo de la Diócesis de Tánger. Seguro que cuando termines su lectura, una sensación extraña recorrerá tu cuerpo, tal vez se te encogerá el corazón y estarás algún tiempo pensando y meditando sobre ellas. Yo aún lo estoy. 

Mi hermano me dice que los han deportado; me lo dice en su castellano con arreglos de Polonia: “Con tristeza se llevaron a nuestros hermanos africanos, horrible…”.

La tristeza no era de quienes se los llevaron, sino de los deportados y de mi hermano.

Es necesario gritar: Los han llevado al sur, hacia la frontera. Allí los han abandonado. Helena entrecomilla palabras de un hombre que clama en el desierto: “Os suplico que nos rescatéis. No podemos continuar andando. Vamos a morir en este desierto. Os lo suplico de nuevo.

Estamos cerca de la frontera mauritana; vemos la barrera mauritana y los soldados”.

Es necesario gritar, pero no sabría dar nombre a los responsables de esta violación de derechos. Es necesario gritar, aunque puede que haya de considerarme a mí mismo cómplice de quienes han puesto manos sacrílegas sobre la vida de los pobres. Es necesario dejar que vuelen palabras mensajeras de justicia para los inmigrantes, pero no se me oculta que por ello puede verse restringida o anulada la libertad que ahora tenemos de socorrerles en su necesidad.

Entonces no gritaré. Me limitaré a leer el evangelio: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”.

Mucho me temo que las misas de este domingo sexto del Tiempo Ordinario van a durar más de lo acostumbrado, pues antes de poner la ofrenda sobre el altar, todos habremos de pasar por la frontera de Mauritania para que nos perdonen los negros entregados allí, con nuestro dinero, a un destino de muerte.

Si te fijas en el canto de comunión de este domingo, hallarás en él palabras de revelación que llenan de alegría el alma: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Pero verás que son también palabras de advertencia: Nosotros podemos ignorar el sufrimiento de los pobres y matarlos en las fronteras. ¡Dios nos reclamará la vida de su Hijo!



Esta año de 2014, antes de poner nuestra ofrenda sobre el altar, todos habremos de pasar por la frontera de Ceuta por si pueden perdonarnos los muertos.