19 agosto 2013

Una carrera al encuentro con Jesús

Hace poco tiempo comentaba con una gran amiga, buena cofrade donde las haya, que su relación con la Santa Madre Iglesia no gozaba de buena armonía, por lo que su asistencia a misa quedaba reducida casi exclusivamente a los cultos de la hermandad y algún que otro acontecimiento especial. Ello me llevó a recordarle la pregunta que el padre Eliseo, en mi examen oral sobre la Biblia, me realizó en el último año de mis Estudios Teológicos en la Escuela de San Esteban de Salamanca: - ¿Qué es la Biblia? Evidentemente mi respuesta fue dirigida hacia un significado netamente tecnicista (composición, estructura, que si en griego o en hebreo, etc.) a lo cual él asentía, pero no quedaba conforme con mi extensa e incompleta contestación. Por eso, insistiendo, matizó aún más su pregunta, hasta que consiguió obtener de mí lo que buscaba inicialmente como respuesta: La Biblia es la Salvación.

Y así es, querido seguidor o seguidora de este blog. Si queremos encontrar a Jesús, seguir su camino, conocer sus obras, su vida, vivir conforme a su doctrina, en la Biblia encontraremos el mejor “GPS” que no solo nos hará ser mejores en esta vida, sino que a través de su Palabra, siempre existirá la Esperanza en nuestros corazones, en nuestro alma, pues de su mano un día estaremos en presencia del Padre gozando de la gloria eterna.

Resulta curioso como unos textos que se escribieron hace más de dos mil años, pueden estar tan actualizados, o dicho de otra forma, ¿cómo es posible que aquellas palabras tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, puedan servirnos de tanta ayuda en pleno siglo XXI?

Te cuento. Ayer de nuevo acudí a la misa dominical de las 21.00 horas en la salmantina iglesia de San Benito. Es todo un lujo participar de dicha Eucaristía sabiendo que la mirada del Despojado de Romero Zafra te contempla. Te invito a que participes, cofrade o no, de ese ambiente espiritual que se genera cada tarde de domingo y que sirve de antesala para comenzar la semana “con las pilas cargadas”,  al menos en cuanto a la fe se refiere.


Ayer comenzaba la liga de fútbol en nuestro país, por lo que me voy a permitir seguir un poco el símil futbolístico para compartir contigo esta reflexión. Resulta que en el primer tiempo “tocaba jugar de titular” a un tal Jeremías, a quien la grada no trataba con mucho cariño, por decirlo de algún modo suave, a pesar de “su buen juego”.

“Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia.”

Respondió el rey Sedecías: “Ahí lo tenéis, en vuestro poder: el rey no puede nada contra vosotros.”

Ellos cogieron a Jeremías y lo arrojaron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. En el aljibe no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo. Ebedmelek salió del palacio y habló al rey: “Mi rey y señor, esos hombres han tratado inicuamente al profeta Jeremías, arrojándolo al aljibe, donde morirá de hambre, porque no queda pan en la ciudad.” Entonces el rey ordenó a Ebedmelek, el cusita: “Toma tres hombres a tu mando, y sacad al profeta Jeremías del aljibe, antes de que muera.” Jer (38,4-6.8-10)

¿No te resulta cotidiana la situación del profeta Jeremías, siempre inmerso en tragedias, perseguido e insultado por quienes se sentían ofendidos ante sus palabras, por denunciar las injusticias, fiel amante de su pueblo? ¿Y un rey, Sedecías, que como Pilatos, se lava las manos y prefiere “matar al mensajero” antes que hacer frente a los verdaderos problemas del pueblo, de la comunidad? Cierto es que más pronto o más tarde se hace presente otro rey que como Ebedmelek, intercede por Jeremías, no sólo librándole de la muerte, sino permitiéndole que continuase con su misión, a pesar de sus miedos y dudas, pero comprometido con el anuncio de la Palabra de Dios, en medio de la persecución, los azotes, la cárcel y con el riesgo continúo de perder la vida.

Un hombre de su tiempo, que bien puede ser un hombre de nuestro tiempo, que vive los problemas de su sociedad, de su entorno, de su grupo y que a veces, los experimenta con dramatismo, con traiciones, con desilusiones… En definitiva, y ahí lo dejo para tu reflexión, alguien dispuesto a luchar contra la mentira, defendiendo la verdad a cualquier precio, desde la lealtad a los postulados para los que fue elegido.


De San Pablo no te voy a decir nada que ya no sepas, salvo que continúo siendo un fiel seguidor y admirador de su evangelio paulino. Ayer “jugó en la segunda parte” con una carta a los hebreos, marca de la casa, que te invito a leer y si quieres comentamos:

“Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado. Heb (12,1-4)

Hago mías las palabras de ayer de D. Pedro, Rector de San Benito, quien nos invitó en su homilía a participar en esa carrera, preparándonos para ella, entrenando, despojándonos de todo aquello que nos estorba, que nos impide llegar (así como los atletas se despojan de su chándal, de su ropa). No importa el orden en el que entremos en la meta, pero sí que corramos sin trampas (no sirve “doparse”), sin pecar, sin defraudar ni traicionar a nadie. Es la carrera del amor, de la ilusión, de la Esperanza. Jesús nos aguarda en la meta para entregarnos nuestro premio, el premio del Reino de los Cielos, de nuestra Salvación.


Y como todo buen partido, lo mejor queda para el final, para las “grandes figuras”, para los que resuelven el marcador. San Lucas nos acerca las palabras de Jesús, las cuales, en mi caso, fueron capaces de revolver mi conciencia y también mi corazón. Dice así:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.” Lc (12,49-53)

Resultan, cuando menos, extrañas y sorprendentes las manifestaciones de Jesús en este pasaje. Incluso nos puede llevar a pensar que son contradictorias con lo que Él vino a ofrecernos y lo que dice: “prender fuego, división, etc.”

¿Es que acaso el fuego no nos ha servido también como elemento positivo en nuestra vida? Con el fuego nos hemos calentado, hemos iluminado nuestra estancia, purificado y dado fuerza a nuestro corazón y a nuestro espíritu (vigilia pascual, pentecostés…) Es por tanto esa llama que permanece encendida cada día, que ilumina nuestro alma, que nos da energías, ánimo, ilusión y Esperanza para continuar, para levantarnos una y otra vez, para “darnos calor” entre hermanos.

Y Jesús también sabe que no será fácil seguirle; que defender su doctrina, la fe en Él, ser sus discípulos, puede acarrearnos divisiones, enfrentamientos, incluso persecuciones y muertes.

Sería bueno que no sólo nos sintiéramos fuertes en esa defensa y manifestación pública que hacemos de nuestra fe, sino que además viviésemos de verdad lo que proclamamos, que nuestros hechos sean coherentes con nuestras palabras, que el perdón y el amor se impongan al rencor y al odio, y que la paz, la reconciliación y la Esperanza, sean nuestros mejores atuendos para iniciar esa carrera que nos ha de llevar a la meta deseada.