14 julio 2013

Desde otra perspectiva - Ieronimus, Catedral de Salamanca


Me pregunto cuántas veces no has sentido esa sensación de agobio o de angustia que se apodera de tu cuerpo, de tu mente… Esos instantes en los que te gustaría salir corriendo y perderte allá donde nadie te encontrase. O quizás esa impresión de bloqueo, en la que no sabes cuál camino elegir, por dónde afrontar tal o cual decisión…

La expresión “los árboles no nos dejan ver el bosque” es muy habitual en situaciones en las que queremos expresar o trasladar a otro que con su actitud va a continuar inmerso en la espiral de ese círculo vicioso que él llama problema, sin ser capaz de analizarlo o de reflexionar con la lucidez necesaria. Algo que también es muy común en nosotros, aunque puestos a refranear, “es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio”.

Podrás estar de acuerdo o no conmigo, pero soy de los que creo que a veces nos involucramos tanto en un problema, lo adentramos tanto en nuestra vida, lo vivimos tan inmensamente cerca, que llegamos a distorsionar la realidad. Así como los cuerpos han de reposarse en una “igulá”; así como la paella precisa de su tiempo tras la cocción; así como muchas veces hay que saber esperar, pues las cosas caen por su propio peso… con los problemas ocurre algo semejante.

Para ello necesitamos recurrir, cada uno según sus creencias, su fe, sus criterios, a aquello que nos permita terminar con la visión borrosa de la realidad – dejar de estar “petao” como decimos algunos – y trasladar nuestra mente y especialmente nuestro corazón, a ese espacio en el que la luz se hace claridad, donde la perspectiva de las cosas cambian radicalmente, donde la cercanía se convierte en distancia y lo que antes era angustia o desazón, ahora es confianza, seguridad y, especialmente, Esperanza.

Te preguntarás por qué este “Macareno40” te suelta todo este rollo en un post de temática cofrade. Tranquilo/a, te cuento. Esta mañana, mañana de domingo propio de playa o piscina, mis pies, mi mente o quién sabe si mi corazón, me llevaron hasta “Ieronimus”.

Perdón, ahora sé que ya te he liado más, sobre todo si no eres de Salamanca. Ieronimus es el nombre latino de D. Jerónimos de Perigeaux, uno de los más famosos obispos españoles de origen francés, capellán del Cid Campeador y obispo de Valencia, que fue destinado a mi ciudad al ser restaurada la Diocesis en 1102. Y con este nombre se ha querido dotar a la exposición documental que albergan las torres de la S.I.B. Catedral de Salamanca, la cual celebra como ya te he contado el V Centenario del inicio de su construcción.

Pues bien, para que las “ramas me dejasen ver el bosque”, para dar distancia a los problemas, para tener una perspectiva más real de la situación coyuntural y estructural de mi vida y del entorno que me rodea, ahí me tienes cámara en mano subiendo las circulares escaleras de caracol, estrechas, empinadas pero firmes, seguras, robustas, que te trasladan a espacios totalmente alejados del suelo, casi rozando el cielo o, por qué no, en el mismo cielo, pues en la iglesia madre de Salamanca, está la gloria, está El, está Ella y están 500 años de historia, labradas por hombres y mujeres, no solo en la característica piedra de las canteras de Villamayor, sino en la más rica herencia que los charros podemos tener, pues ella es consustancial a nuestra cultura, a nuestra personalidad, a nuestro estilo puro y duro castellano, leonés o lo que quieran algunos que seamos.

Y mientras visitaba la “Mazmorra”, la estancia del “carcelero”, la majestuosa sala de la Torre Mocha o la Sala de la Bóveda en el interior de la Torre de las Campanas, iba meditando aquello que a lo largo de estos días, de estos meses, ha formado parte de mí. Algo así como le gusta hacer a mi amigo y anterior Director Espiritual, Jesús García, un balance de fin de curso para poner en valor lo bueno, detectar los errores, mejorar lo que se pueda y poner remedio a lo innecesario o dañino.

De este modo uno llega al “andén” interior de la Catedral Nueva y ahí sí que ya te olvidas de cercanías, de perspectivas o de problemas. El corazón se acelera, los ojos se tornan inquietos, los pies no dejan de “bailar”. Es como querer sentir todo al mismo tiempo y a fe que lo sientes. Al fondo, a la derecha, la Capilla de la “Piedad” presidida por Jesús Sacramentado. A la izquierda, la de Nuestra Señora de la Soledad, en plena celebración eucarística. El altar mayor, el coro, el colosal órgano, las bóvedas, las pinturas y vidrieras… Todo es grandioso, inmenso, único. No hay altura ni distancia. Y entonces me doy cuenta de que la luz entra por doquier trayendo en lo alto de su haz la Esperanza más necesaria que un corazón maltrecho pueda precisar. Salgo al andén y vuelvo a entrar, pues necesito otra “dosis”, hasta que al final creo estar preparado para volver a la realidad.

Una realidad que aún dista mucho de la que tu observas, pues desde donde me encuentro tengo al alcance de mi vista toda la Salamanca: las Torres de la Clerecía, San Esteban, Anaya, la Casa de las Conchas, o en sentido inverso, el Tormes, su puente de Enrique Esteban, los barrios trastormesinos, y un largo etcétera que como el buen vino, uno no se cansa de degustar. Miro el reloj de la Torre de la Catedral y el tiempo, ese maldito tiempo que a veces parece estar inmóvil, ha corrido más de lo calculado. Una cerveza fresquita en el Café Corrillo, en pleno casco antiguo y a compartir mi pequeña “excursión” de salud mental y de espíritu, que te acompaño con unas cuantas fotografías que espero sean de tu agrado. Si lo deseas, puedes visitar la web de Ieronimus, donde encontrarás cumplida información:  http://www.ieronimus.es/