06 julio 2011

Semillas para la reflexión: Semillas de verano 2011



Florentino Gutiérrez. Sacerdote - Salamanca, Julio de 2011

Las tesis que defiende la teoría del género nos obligan a repensar lo natural y evidente.

1 – El hombre y la mujer son iguales
La Biblia enseña que: “Dios creó al hombre a imagen suya… hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). Juan Pablo II, en Mulieris dignitatis, nº 6, afirma: “El hombre es una persona, y esto se aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque los dos fueron creados a imagen y semejanza de un Dios personal”.



2 – El hombre y la mujer son diferentes
“Masculino” y “femenino” - dice el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, nº 146 - diferencian a dos individuos de igual dignidad, que, sin embargo, no poseen una igualdad estática, porque lo específico femenino es diverso a lo específico masculino. Esta diversidad en la igualdad es enriquecedora e indispensable para una armoniosa convivencia humana”. El Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2333, enseña: “Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos”.



3 – El hombre y la mujer son complementarios
El Compendio citado, nº 147, lo ratifica: “La mujer es el complemento del hombre, como el hombre lo es de la mujer; mujer y hombre se complementan mutuamente, no solo desde el punto de vista físico y psíquico, sino también ontológico”. “A esta “unidad de los dos” - constata la Carta a las mujeres, nº 8 - Dios les confía no sólo la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción misma de la historia”.



Víctor Hugo, desde la inteligencia y el sentido común, escribió este texto tan alabado por todos: “El hombre es la más elevada de las criaturas. La mujer es el más sublime de los ideales. / Dios hizo para el hombre un trono; para la mujer un altar.
El trono exalta; el altar santifica. / El hombre es el cerebro. La mujer el corazón.
El cerebro fabrica la Luz; el corazón produce el Amor. La Luz fecunda; el Amor resucita. / El hombre es fuerte por la razón. La mujer es invencible por las lágrimas. La razón convence; las lágrimas conmueven. / El hombre es capaz de todos los heroísmos. La mujer de todos los martirios. El heroísmo ennoblece; el martirio sublimiza. / El hombre tiene la supremacía. La mujer la preferencia. La supremacía significa la fuerza; la preferencia representa el derecho. / El hombre es un genio. La mujer un ángel. El genio es inmensurable; el ángel indefinible. / La aspiración del hombre es la suprema gloria. La aspiración de la mujer es la virtud extrema. La gloria hace todo lo grande; la virtud hace todo lo divino. / El hombre es un código. La mujer un evangelio. El código corrige; el evangelio perfecciona. / El hombre piensa. La mujer sueña. Pensar es tener en el cráneo una larva; soñar es tener en la frente una aureola. / El hombre es un océano. La mujer es un lago. El océano tiene la perla que adorna; el lago la poesía que deslumbra. / El hombre es el águila que vuela. La mujer es el ruiseñor que canta. Volar es dominar el espacio. Cantar es conquistar el alma. / El hombre es un Templo. La mujer es el Sagrario. Ante el Templo nos descubrimos; ante el Sagrario nos arrodillamos. / En fin: el hombre está colocado donde termina la tierra. La mujer donde comienza el cielo”.