17 abril 2010

Semillas para la reflexión - La Moda de atacar a la Iglesia


LA MODA DE ATACAR A LA IGLESIA

Florentino GUTIÉRREZ. Vicario General de la Diócesis de Salamanca


Adolfo Torrecilla, crítico literario, ha publicado un interesante artículo en La Gaceta Fin de semana, titulado “Atacar a la Iglesia, un filón”. Estas son sus palabras: “Llevamos ya unos cuantos años en que se ha elegido a la Iglesia católica como el blanco de esos ataques, quizás porque no existe en la actualidad ninguna institución tan sólida y universal. En vez de complicarse la vida con argumentos innovadores o con obras que tengan algo interesante que decir, se elige la trillada y sistemática burla.

Estos escritores, aplaudidos por buena parte de la opinión pública, alimentan así un anticlericalismo burdo y de cartón piedra que… reporta buenos resultados comerciales, que es lo que se busca. Resulta pueril y triste la actitud de esos críticos y escritores que se creen que la calidad de esos engendros reside en su afán desmitificador”.

Como contrapunto a esta maniobra contra la Iglesia, traigo el recuerdo de hombres que descubrieron la luz, la fuerza y la esperanza que aporta la Iglesia a la humanidad:

José Ortega y Gasset, nuestro pensador español, dijo: “Yo, señores, no soy católico, y desde mi mocedad he procurado que hasta los humildes detalles oficiales de mi vida privada queden formalizados acatólicamente; pero no estoy dispuesto a dejarme imponer por los mascarones de proa de un arcaico anticlericalismo… Precisamente, la suma originalidad del catolicismo es que separa de manera radical la fe de la ciencia y, a la vez, postula la una para la otra. "El Fides quaerens intellectum", de San Anselmo, es acaso el lema más fértil que se ha inventado y el que más agudamente define la mente del hombre. La fe que siente su propia plenitud en forma de sed de intelecto: he aquí la audacia admirable del catolicismo. La fe no se contenta consigo misma: exige pruebas de la existencia de Dios, pruebas racionales. No es una fe holgazana, no exonera de la fatiga intelectual, no nos da la ciencia, sino que, al revés, la exige”.

Gilbert K. Chesterton, bohemio, irónico, lúcido y converso, confesó: “Sé que el catolicismo es demasiado grande para mí, y aún no he explorado todas sus terribles y hermosas verdades… Estoy orgulloso de verme atado por dogmas anticuados y esclavizado por credos profundos (como suelen repetir mis amigos periodistas con tanta frecuencia), pues sé muy bien que son los credos heréticos los que han muerto, y que sólo el dogma razonable vive lo bastante para que se le llame anticuado… No existe ninguna otra institución estable e inteligente que haya meditado sobre el sentido de la vida durante dos mil años”.


André Frossard, periodista y converso, escribió: “¿Cómo hubiera podido yo aprender algo útil y verdadero sobre la Iglesia? Mis libros solamente me habían hablado de ella en términos difamatorios: se agarraban a sus pequeñeces y acentuaban sus faltas, olvidando sus buenas obras e ignorando sus grandezas… Mis libros no me habían dicho que la Iglesia nos había salvado de todas las desmesuras a las que –indefensos- somos entregados desde que no se la escucha, o cuando ella se calla… No me decían mis libros que sus dogmas eran las únicas ventanas horadadas en el muro de la noche que nos envuelve, y que el único camino abierto hacia la alegría era el pavimento de sus catedrales, gastado por las lágrimas”.


Marcelino Menéndez Pelayo, nuestro polígrafo montañés, manifestó: “La Iglesia es el eje de oro de nuestra cultura: cuando todas las instituciones caen, ella permanece en pie; cuando la unidad se rompe por guerra o conquista, ella la restablece; y en medio de los siglos más oscuros y tormentosos de la vida nacional, se levanta como la columna de fuego que guiaba a los israelitas en su peregrinación por el desierto. Con nuestra Iglesia se explica todo; sin ella, la historia de España se reduciría a fragmentos”.