17 enero 2009

Estación de Penitencia de la Hermandad de Cristo de Burgos - Miércoles Santo Sevilla 2007

Sevilla. Miércoles Santo 2007. La incertidumbre se apodera de mí. El Martes Santo por la tarde ha llovido y la mañana que apareció radiante, con un cielo azul inmenso, poco a poco va tornándose gris, con espesas nubes que pueden romper en cualquier momento. El viento tiene la última palabra. Por la mañana acudo a la misa de la Hermandad del Cristo de Burgos. No hay procesión que no vaya precedida de su acto litúrgico correspondiente y además, es importante procesionar estando en gracia de Dios. Aprovecho para rezar ante mis Titulares, a la vez que saludo al Hermano Mayor, quien me agradece mi presencia y participación, máxime viniendo desde Salamanca.


Tras la misa, visito la capilla de los Panaderos, El Silencio, El Santo Entierro, San Lorenzo... y como no, la Basílica del Señor de Sevilla. Si el día anterior estaba radiante en Besamanos, hoy está grandioso en su paso. Hago una y mil fotos, quiero todos los perfiles. Le rezo una y otra vez y le doy gracias por permitirme estar de nuevo ante El. Y de ahí al otro gran Señor de Sevilla, mi amigo Antonio Vargas, al que un día se le va a salir el corazón del pecho de lo grande que lo tiene. Jamás he conocido a un ser humano que despliegue tanta generosidad como Antonio. No sé cómo agradecerle todo lo que hace por mí. Solo le pido al Señor que me lo deje en esta vida muchos años para poder seguir compartiendo cada momento con él. Nos tomamos unas cañitas y sus correspondientes tapas y nos vamos a descansar.


A las 17:30 es la hora indicada para que los costaleros estemos en la Casa de Hermandad de Cristo de Burgos. Estoy de los primeros, porque no quiero llegar tarde y perderme ningún momento, ningún detalle. La tarde está nublada, pero las cofradías se han echado a la calle y ello hace presagiar que el efecto dominó se va a producir y que va a ser una gran tarde de Miércoles Santo.

Poco a poco van llegando los componentes de las cuadrillas. Comienzan los saludos, los besos, los abrazos. Me encuentro como en mi casa. Unos me dan ánimos, otros me felicitan por ser mi primera estación de penitencia. Allí está Lucas, Jesúsma, Juan Jesús, Juanma, Fran... y otros tantos que solo conozco sus caras, pero que me muestran su afectividad. Llegan Antonio Santiago y Antoñito, Ernesto, Javier, Jesús, Candi. Comienza la última "iguala" tras pasar lista y Antonio nos da "el trabajo" a cada uno. Entro en Orfila y salgo en Duque, luego en Banco de España y salgo en Alemanes, entro en Cuesta del Rosario con Francos y salgo en la Alfafa y por último entro en la Plaza de Cristo de Burgos y hago la entrada.

Nos hacemos la ropa. Que importante es llevar bien hecha la ropa. Ni una sola arruga en el costal, la faja bien sujeta,... Y a las 19:00 nos encaminamos hacia la Iglesia. Todo está preparado. Nos llevamos un susto: se dice por el micrófono que la junta de oficiales se va a reunir. Nos tememos lo peor. Pero no pasa nada. Al poco rato el hermano mayor anuncia que vamos a realizar la Estación de Penitencia y nos pide que nuestro comportamiento sea acorde a la filosofía de la hermanad y que por tanto demos testimonio de ello.

A las 19:30 la cruz de guía está en la puerta y los primeros tramos de nazarenos comienzan a salir. Poco a poco va saliendo el cortejo. Antonio Santiago llama a los costaleros del paso de Cristo y en breve hacen su primera levantá (siempre a pulso). El Señor ya está en la calle ante un silencio que solo es roto por la música del trío de capilla. Salen los penitentes y tras ellos los nazarenos de la Virgen. Ernesto Sanguino queda al frente del llamador de Cristo de Burgos y Antonio junto a su hijo, en el de Madre de Dios de la Palma. La cuadrilla alta hace la salida y los de la baja les ayudamos desde fuera. La maniobra es complicada, pues hay que echarse a tierra para que que el Palio salga por la puerta. Llegados a ésta el palio avanza lentamente. Los kilos van cayendo sobre los costaleros, que de rodillas van saliendo de la Iglesia de San Pedro ante los ánimos de Antonio Santiago.

El himno nacional y los aplausos del público que se congrega en la puerta, reciben al Palio en la calle. Un hermoso palio, perfectamente engalanado, bordados de Juan Manuel Rodríguez Ojeda y la candelería luciendo en toda su extensión. La Banda de Música del Maestro Tejera interpreta la primera marcha.

Me voy con la cuadrilla a esquina de Laraña con Orfila. Tomamos un refresco y me fumo dos cigarros por lo menos. Me vuelven a dar ánimos y abrazos, me felicitan, intentan calmar mi ansiedad. Me despojo de la sudadera y espero en el bordillo para entrar. Relevo. Ya estoy en el palo. Llama Antoñito y hacemos la primera levantá. En esos momentos me acuerdo de todo el mundo, de mi mujer, de mis hijos, de mis familiares, de mis amigos/as, de los que no están. Son momentos que se viven intensamente. Son muchos años esperando para ser costalero en Sevilla y hoy se ha cumplido ese sueño. Una chicotá tras otra nos lleva a la plaza del Duque. Al salir, los besos y abrazos se producen sin cesar, ¡que buena cuadrilla, Dios mío! Me llevan en volandas por las calles de Sevilla hasta el próximo relevo. No quieren ni permiten que me pierda. La bulla es enorme. Sevilla entera está en la calle. Hay muchas ganas de cofradías.

Llegamos a la zona de Banco de España y aprovechamos para reponer energías. ¡No me dejan pagar! ¿Por qué? Me invitan al bocadillo y yo insisto en que los refrescos los pago yo. Pasa el tiempo y la cofradía. Este relevo es importante hacerlo bien y rápido. Es en plena carrera oficial y el récord está en 40 segundos. Lo hacemos muy rápido, hasta el punto de que no encontramos nuestra respectiva trabajadera. Pero antes de que el llamador suene, estamos cada uno en nuestro sitio.

Una chicota a ritmo de caja y el paso se arría. Hacemos una levantá del carajo, porque la última toma ventaja. Antonio se cabrea y arria el paso en plena avenida y no se corta un pelo. Nos echa la bronca y vuelve a llamar. Ahora si. La levantá es de escándalo. Lucas me anima, me dice que disfrute, que esto es para mi. Estoy en plena carrera oficial camino de Catedral. La revirá a la entrada es para grabarla. Poco a poco, como mandan los cánones y subida por la rampa de lujo, sin descomponernos. La Catedral la hacemos a paso de mudá y en unos minutos estamos en la puerta. La salida es poco a poco. Suena el himno de nuevo y por Virgen de los Reyes nos encaminamos hacia Alemanes. ¡Cómo he disfrutado! y aún queda lo mejor, según manifiestan los veteranos.

Nos dirigimos hacia el penúltimo relevo. Otro refresco y a esperar. La cuesta del Rosario y alrededores está petada de gente. Vemos pasar a toda la cofradía. Nos espera Alcaicería. ¡Qué fuerte esta calle!. Estrecha como ella sola, por lo que vamos pasito a pasito. Se mezcla el sonido de nuestro rachear con los sones de la Banda que empieza su repertorio de marchas fúnebres, para disfrutarlas. ¡Que bonito! Se me hace corto el relevo, pero la Alfafa está ahí mismo.

Nos vamos a la Plaza del Cristo de Burgos. Entra la Cruz de Guía y se apagan hasta las luces de los bares. Es impresionante el silencio y eso que está abarrotada de gente. Llega el paso del Señor. Los cuatro cirios son la única manifestación de luz que hay en la plaza. Suena una saeta, otra... Estamos impacientes porque llegue el palio. Queremos entrar ya. Es nuestro último relevo y queremos darlo todo. Entra con Amargura y tras la revirá se produce el relevo. Y se suceden un sin fin de marchas para estar ahí debajo y vivirlas: Madrugá, Virgen del Valle... El paso apenas se mueve, andamos muy despacito, no queremos que termine. Arriamos el paso tres veces sin golpe de martillo. No puedo dar crédito a lo que estoy viviendo. Y aún queda la entrada. Javier nos pasa las rodilleras. Antonio da sus órdenes con firmeza: los dos costeros a tierra por igual, poco a poco, primero la pierna derecha, después la izquierda. Los kilos caen uno tras otro, pero no importa. ¡Vamos de frente valientes! dice una y otra vez Antonio. Me quedo sin palabras. Hay que estar ahí abajo para saber lo que se siente. Atravesamos la puerta e incorporamos nuestros cuerpos. En el interior hacemos dos levantás más: por los hermanos fallecidos y por las hermanas de la cofradía. La procesión llega a su fin, aunque no los momentos emotivos.


Tras colocar el palio correctamente, salimos de las trabajaderas y todo son felicitaciones, muestras de gratitud, abrazos, enhorabuenas, besos y más besos. Los capataces están entregados con las cuadrillas. Me felicita Antonio Santiago y se interesa por cómo he ido. Le doy las gracias y me dice que gracias a mi, por venir, por mi trabajo. El hermano mayor también me felicita y me reitera su agradecimiento. ¡Qué hermandad! Esto si que es una hermandad seria, elegante, sobria... me quedo sin calificativos.

De la iglesia a la casa de hermandad continúan los abrazos. Allí nos esperan los bocadillos de carne mechá y los refrescos. Nos tiramos al suelo. Parece una acampada de costaleros. Todos estamos felices, radiantes, contentos....

Son las tres de la mañana y seguimos hablando de la procesión. Pero llega la hora de la despedida. De nuevo los agradecimientos, los abrazos, los besos.

No puedo ni caminar. La pájara ha hecho acto de presencia. El vacío interior se apodera de uno. Ha pasado todo y hay que esperar un año entero. Gracias Señor, gracias Señora, gracias a todos y cada uno de los que habéis creído en mi y me habéis apoyado. Un beso a todos y a todas.